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Surfeando entre olas

Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que uno no sabe bien cómo comportarse y en dónde las miradas vuelven a ser el espejo del alma. Vivimos tiempos en los que nada es como era, dónde impera la nostalgia y la añoranza. Dónde los típicos tópicos cobran sentido y «cualquier tiempo pasado fue mejor». Tiempos en los que el codo se ha convertido en la nueva mano y la mano en el pliegue del codo.

A nadie se le escapa que vivimos una situación excepcional, llena de curvas, olas y récords de cifras. Vivimos un tiempo de difíciles decisiones, de caminos a escoger, de apoyarnos en los nuestros y de búsqueda de soluciones lo menos dolorosas posibles. De dramas familiares, de solidaridad y de capacidad de adaptación.

El COVID-19. La pandemia mundial en la que está sumida la sociedad actual ha modificado nuestra configuración. Ha cambiado nuestra forma de ser, de relacionarnos, nos ha obligado a ser quién no somos y a reproducir conductas antes impensables en nosotros. El coronavirus ha llegado para quedarse y con él, un cambio sociocultural sin precedentes. Esta maldita pandemia nos ha sumergido en la más profunda de las crisis económica, ahogando a familias enteras sin posibilidad de tomar una bocanada de aire. Pero también, en una crisis de valores que evidencia la necesidad notable de una modulación de nuestro estilo de vida, un estilo de vida perpetuado en el tiempo y del que no se conoce un ‘Plan B’.

Esta enfermedad es ya la patología por excelencia del siglo XXI. Y no me refiero solo a su extraordinaria capacidad para imbuir el caos y la incertidumbre, de incidir negativamente en la salud mental de la población o de su alta capacidad para el contagio y letalidad. Este virus es más poderoso de lo que pensamos. Este virus se ha propagado a través de la sociedad con una velocidad inusitada.

Las instituciones pusieron coto con su «antídoto» durante la primera ola y se consiguió frenar su expansión. Ahora, en esta segunda ola que no hemos podido sortear y nos ha tomado de lleno, revolcándonos y haciendo que traguemos mucha agua, parece que el virus ha mutado y el «antídoto» que prevén las instituciones, está teniendo más problemas para hacer el efecto deseado en la población. La calles se llenan de negacionistas, de conspiranoicos y de protestas en contra de la aplicación de los preceptos impuestos desde la administración central, como si se tratasen de anticuerpos que resisten al envite de la «vacuna» en forma de medidas que establece el gobierno, lo cual añade piedras al camino de la consecución del objetivo de poner fin al virus.

Por todo esto, el coronavirus se ha vuelto prácticamente imparable, ha sumado fuerzas donde antes no las tenía y cada vez es más complicado combatirlo. Hoy, más que nunca, se hace imprescindible estar unidos y remar todos a una para intentar minimizar la acción de este perverso germen que no solo se cobra múltiples víctimas mortales, sino que también es capaz de confrontar a sociedades enteras.

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