Tocaba porque tocaba, inaugurar formalmente la pérgola y arreglo de gambuesa en el Valle de La cueva, y aunque para quedar no hay que buscar muchas escusas, esta era perfecta, y corrió la voz, y llegaron todos los que eran, los que están, los que sin ser siempre son amigos, los nuevos, y los más veteranos.
Las cabras les conocen y llegaron con sus baifos para organizar y señalar cual es de cada cual, y una vez todo aclarado, la mesa dispuesta y la sombra fresca dejaba claro donde sentar para comer sin el queme de un solajero sin piedad ni para los que iban con sombrero.
Entre quienes hablan, los que se apartan a observar, los que ríen, entre todos se crea un espacio sin tiempo ni más mundo que el suyo, sin rencores ni deudas que saldar, sin polémicas, nada mientras se almuerza, que a su término ya se verá.
No faltan primos lejanos y hermanos, padres e hijos. No falta el alcalde del pueblo, Matías, ni el concejal, apoyo en esta área de la ganadería, Fernando, impulsores de la pérgola y de los arreglos de la gambuesa, pesase a quien pesase, cumpliendo con lo prometido. No faltaban los Cabrera, ni Roque padre e hijo, ni Alfredo el joven como su padre algo más mayor, ni Ramón, ni las Mederos, Isabel y sus hijas, y por supuesto no faltaban los comisionados del ganado de Costa, el anfitrión Pedro Moseguez, y el colindante al norte, Tomás Acosta, ni siquiera faltaban los que ya no están y todos les recuerdan y nombran con el respeto que se ganaron a pulso y con trabajo.