Cada 10 de junio se conmemora el Día Internacional del Diálogo entre Civilizaciones, una fecha que debería estar marcada en rojo en el calendario de la política internacional. No como una efeméride más, sino como una advertencia ante lo que estamos dejando que ocurra. En un momento en que el planeta necesita más que nunca respuestas comunes ante desafíos globales —la emergencia climática, los flujos migratorios, la pobreza estructural o el avance del autoritarismo—, hay dirigentes estatales y mundiales que parecen empeñados en lo contrario: en devolvernos al feudalismo, al repliegue, a las cruzadas ideológicas, a los fundamentalismos que utilizan la identidad como arma. Volver a eso no es solo un error: es suicida.
Mientras se multiplican los conflictos armados y se normaliza la violencia política, debemos armarnos de respuestas, no de herramientas para la muerte y el sufrimiento. La paz no es una palabra vacía o una pose, ni el diálogo un lujo para tiempos mejores. Es una apuesta de supervivencia colectiva. Y Canarias puede, debe, ser ejemplo de ello.
Nuestra tierra es, por historia, geografía y voluntad, un punto de encuentro entre civilizaciones. Hoy más que nunca se hace visible nuestra condición tricontinental: en nuestras islas conviven personas de origen africano, europeo y americano. Una convivencia que no es simple coexistencia, sino una experiencia diaria de intercambio, respeto y aprendizaje mutuo.
Más de 100 nacionalidades distintas viven hoy en Canarias. Comparten barrios, escuelas, hospitales, proyectos de vida. Eso es una apuesta a gestionar,pero sobre todo un valor a proteger. Mientras en otras partes del mundo la diferencia se convierte en motivo de exclusión o enfrentamiento, aquí demuestra que la diversidad bien tratada no debilita: fortalece.
Canarias tiene ante sí la oportunidad de consolidarse como una plataforma de paz y de diálogo real entre civilizaciones. Pero eso no se logra con discursos vacíos. Hace falta educación pública que fomente la empatía, instituciones que garanticen derechos para todas las personas, y políticas que desarmen el racismo estructural que, muchas veces, se infiltra en nuestras administraciones y discursos.
Yo soy nacionalista canaria. Creo en el derecho de mi pueblo a decidir sobre su presente y su futuro, a tener voz propia y capacidad de gobernarse desde su realidad concreta. Pero también creo, con la misma fuerza, que mi país debe ser un ejemplo de encuentro, de acogida razonable y de diálogo. No hay contradicción entre soberanía y solidaridad. No hay contradicción entre identidad y apertura de miras. Canarias puede ser faro, puede ser puente, puede ser ella misma sin renuncias. Puede ser la nación que de ejemplo.
Este 10 de junio no basta con conmemorar el diálogo entre civilizaciones: hay que practicarlo, defenderlo y protegerlo de quienes quieren apagarlo. Y en ese camino, Canarias no se debe rendir. Porque aquí creemos que la paz no es el final del camino: es la única forma digna de recorrerlo.
Natalia Santana
Diputada de Nueva Canarias por Fuerteventura