No es una exageración ni una consigna de impacto: en Canarias, varios menores han intentado quitarse la vida. Algunos lo han conseguido. No se trata de enfermedades mentales previas. No es una cuestión de fragilidad. Se trata de acoso. De violencia cotidiana en aulas, móviles, redes sociales y campos deportivos. Una violencia invisible a los ojos de muchas instituciones, pero letal para quienes la padecen.
Hoy, 2 de mayo, el calendario nos recuerda que el acoso escolar existe. Pero la realidad no espera a las efemérides. Y mientras los titulares desaparecen, las víctimas permanecen.
Soy madre. Soy tía. He trabajado con jóvenes, desde el deporte hasta la política local. No escribo esto desde la teoría, sino desde la rabia. Desde el dolor de saber que hay vidas truncadas por la inacción colectiva.
Porque el acoso no es un hecho aislado. Es una estructura. Y como toda estructura violenta, se mantiene gracias al silencio: el del profesorado que no interviene, el de las instituciones que llegan tarde, el de las familias que minimizan, el de unas leyes que no muerden, el de las redes que amplifican el daño sin control ni ética.
No estamos hablando de simples «peleas entre chicos». Estamos hablando de muerte. De menores que sienten que su vida no vale. Que crecer duele demasiado. Que la soledad es más fuerte que cualquier palabra de aliento que llega tarde o no llega nunca.
Frente a esto, no valen los minutos de silencio. Hace falta acción.
Exigimos medidas concretas y urgentes:
Protocolos efectivos en todos los centros educativos, con personal formado y recursos reales.
Planes de prevención y detección temprana en la escuela, el deporte, la cultura y las redes sociales.
Atención psicológica accesible para víctimas, familias y también para los agresores, porque romper el ciclo de la violencia también es responsabilidad social.
Legislación autonómica que reconozca el acoso como una forma de violencia estructural y lo sancione con contundencia.
Y, sobre todo, necesitamos una sociedad adulta que no mire hacia otro lado. Que diga “basta” sin titubeos. Que actúe sin esperar otra tragedia.
Hoy no es un día para campañas vacías. Es un día para la memoria y la responsabilidad. Por quienes no pudieron contarlo. Por quienes aún viven con miedo.
Desde Fuerteventura, desde Canarias, elevamos la voz. Porque todavía estamos a tiempo. Porque mañana podría ser la hija de cualquiera. La sobrina. La amiga.
Actuemos. Ya.